Una tarde de sol

Crucé la misma puerta de siempre como la cruzo siempre. Estaban ahí los mismos escalones, el banquito, y los posters en la pared. Y estaba también, y como siempre, Susana, que aprieta el botoncito y me abre la puerta. Un rayo de sol insolente cruzaba toda la escena. Después de tantos días con nubes venía bien un poco de sol.

Saludé sin detenerme. “Qué tranquilidad, eh?” comenté. “Demasiada tranquilidad” respondió. Y crucé la segunda puerta. Atravesé el patio, un patio inundado de sol, y sin chicos; un desperdicio casi. Subí las escaleras y llegué a una habitación desierta.. Fui a la oficina a firmar; ni la luz mortecina de los tubos ni su zumbido estaban. Volví a la habitación.

No había clases ese día. No había clases para los alumnos ese día, había para los profesores. Y de a poco los profesores fueron llegando a la habitación. Nos saludamos casi en murmullos, para no perturbar el silencio. Y entonces nos vinieron a buscar: ya estaba todo listo, nos estaban esperando.

Con aire cansino, arrastrando el tiempo, cruzamos el patio bajo el rayo de sol. “Qué lindo día” comentó alguien, y entendimos que sí, que era un lindo día para estar en otro lado: nadie quería trabajar ese viernes. Y así, con esa nostalgia, llegamos al aula cuatro.

El aula cuatro es un aula muy linda. Tiene el piso de madera plastificada, un pizarrón grande y verde, tres ventanas y mucho espacio. Y varios profesores que, de a turnos, se suceden. Hoy no me toca estar el frente, sino del otro lado, sentado en uno de los banquitos azules que pueblan el lugar. Como una revancha a la vida, me voy al fondo. Yo, que por miope y otras cosas me pasé la vida en el primer banco, me fui al fondo. El último banco de derecha, sí señor, justo al lado de la ventana que da al patio. En el frente, una profesora, sobre el pizarrón un lienzo, y proyectadas en él, imágenes desde una computadora. Por la ventana, y a escasos centímetros de mi nariz, un rayo de sol. El único. Por más que lo intento, no llegó a él.

Comienza el asunto. Me aburro. Aún cuando quisiera que me interese, no me interesa. Tal vez sólo sea el viernes, o el sol, o el patio, no sé, pero no me interesa. Miro por la ventana. El patio está vacío. Vacío de gente, vacío de cosas, lleno de sol. Veo las baldosas bordó, el banquito de madera, y una planta; más allá, la baranda. Un poco más lejos flamea la bandera, justo enfrente mío, la oficina del director. Se me antoja como el primer piso de una casa antigua, española (no pregunten por qué), o de esas que hay por San Telmo. Tres de la tarde, sol por todos lados. Se disfruta más sabiendo que está uno confinado al aula, viendo el mundo a través de un vidrio sucio. Alguien estará durmiendo la siesta, o leyendo un libro; escuchando música, o perdido en sus tribulaciones. Como yo, que miro por la ventana.

Entonces, el sonido monocorde de la clase al cual mi oído se había acostumbrado, se rompe. Hay un sonido incalificable, aunque definitivamente humano, y en seguida un rumor acompasado. Todo parece indicar que algo gracioso ha sucedido, y yo, perdido en la ventana, no lo entendí. Me doy vuelta, y por un segundo busco el suceso, o una pista de él, o algo de qué agarrarme para poder entender y disimular, y que nadie note que no estaba prestando atención. Una chica se dobla sobre sí misma, y se tapa la cara. No se está riendo: está llorando.

Alguien se levanta entre el silencio. Se acerca a ella, murmura algo a su oído, y después murmura algo al oído de la oradora. Entre sollozos la chica se disculpa, y entre disculpas salen las dos. El aire se llena de caras expectantes. Parece que alguien murió, informa la oradora. Pero debemos continuar. Y continuamos. Ahora yo no quiero mirar por la ventana. Saco un cuaderno y empiezo a hacer anotaciones. La exposición sigue, y termina, y después de eso una actividad en grupos, y una reflexión final. Y el recreo.

Entonces la habitación se llena de gente. La gente se amontona en torno del café. Algunos toman mate. En la mesa, estrellas de la tarde, dos bowls llenos de galletitas que les birlamos a los chicos de jardín. Y entre café, galletitas y murmullos, vuelve la chica. Silencio de nuevo. Y habla la chica: tenía treinta y pocos, hacía cinco o seis que trabajaba en el colegio, y siempre había estado bien, y de golpe en enero se había enfermado, y tenía nosequecosa, y en febrero la tuvieron que internar, y ella la había ido a ver, y estaba bien, pero mal, y había pasado una cosa y otra y ella no había podido ir todo lo seguido que hubiera querido, y no hacía mucho alguien le había comentado que tenía la familia lejos, o algo por el estilo, y no recibía muchas visitas, y había sentido lástima, y había querido ir de nuevo, pero por una cosa y otra no había podido, y siempre se decía que tenía que ir, y hoy, leyendo el diario, se había enterado que murió.


Volvemos del recreo. Me voy para el fondo de nuevo, al banquito azul del fondo a la derecha, al lado de la ventana. Ahora el sol me pega en la cara.



10 opiniones:

FL | abril 30, 2007 10:23 a.m.

Esta relación suya con el sol y la muerte empieza a preocuparme...

Anónimo | abril 30, 2007 11:05 a.m.

y sí... la vida continúa

folavril | abril 30, 2007 7:32 p.m.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
folavril | abril 30, 2007 7:33 p.m.

Suele ser así: tardes de sol y de demasiada tranquilidad.

como siempre, me deja sin palabras.

Puercoespín | mayo 01, 2007 10:27 p.m.

Abracadabrante!!!

La cámara va desde afuera de la ventana. Lo vemos a Ud. que mira y más atrás al resto de los profesores. Ellos gesticulan, mueven manos y bocas pero no oímos nada, nuestro audio es lo que Ud. mira. El afuera.
Ud. sale último al recreo. La cámara sigue espiando a todos, desde afuera, manteniendo distancia. Sin entrar. Sin poder oir nada de lo que Uds. hablan.
La chica cuenta su historia y la cámara percibe que llora, que se lamenta, que los otros profesores comen galletitas mientras el audio sigue siendo el de afuera. Ud. está casi inactivo.
Todos vuelven al aula, se vuelve a sentar en el fondo y la cámara avanza en un travelling hacia su rostro que gira en dirección de la ventana. El sol le pega en la cara, los ojos se le hacen un poco más chicos. Estamos llegando a un primer plano. Ahora el ángulo nos permite ver reflejado en el vidrio de la ventana todo lo que Ud. ve. Se va perdiendo su rostro y el reflejo toma más definición, más fuerza. La imagen se mantiene un largo rato hasta que mansamente funde a negro. El audio baja suavemente.


Un saludo

Subjuntivo | mayo 02, 2007 12:39 a.m.

Fodor, a mí también.

Tulsi, sí, continúa, lo que queda de ella.

Folavril, desconfíe siempre de demasiada tranquilidad...


Puercoespín, cuand quiera: la idea me apasiona. Podemos revolucionar al mundo, sépalo.


S.

folavril | mayo 02, 2007 3:26 a.m.

y ni le digo del demasiado sol...

Cassandra Cross | mayo 08, 2007 10:27 p.m.

sus relatos me sugieren siempre un tono de siesta... :-)

elocuente y lánguido. Me gustó mucho...

Subjuntivo | mayo 08, 2007 11:17 p.m.

No estaba del todo seguro de lo bueno o malo que eran los adjetivos, hasta el "Me gustó mucho". =D


Gracias,
S.

Puercoespín | mayo 12, 2007 12:50 a.m.

Estamos vaguitos por acá!!!