Cero Ochenta

"Ochenta" pide.

Porque cuesta ochenta el boleto. Centavos, digo. De colectivo, sí claro. El subte cuesta menos y es más lindo, pero a esta hora ya no hay, y si hubiera, igual no lo deja.

El bondi es como los de antes, aunque no tiene trompa. Hace años ya que los bondis no tienen trompa. Pero este tiene el motor adelante, como hace años que no se ve. La cara del chofer también parece haberse quedado en el tiempo, como mirando a Caniggia errando el gol de su vida. No importa, que maneje y listo, no importa la cara que tenga. Tal vez tenga esa cara porque el motor está adelante, y puede tapar un gol de boca el ruido de ese cacharro. Debe largar calor también... de todos modos corre lindo viento esta noche. La iluminación también se quedó en el tiempo, y todo el colectivo está iluminado por cuatro escasas lamparitas de vayaunoasabercuántos watts. Pocos por cierto. Pero es mejor así. Al menos eso piensa él. El tono tenue, mortecino, intimista, de las lamparitas, acompaña perfectamente un jueves de Pascua después del horario de protección al menor. No hace ni frío ni calor, y la ciudad se comporta como hacerse un feriado antes de un feriado. En el disc-man lo lleva a Julio Sosa, que se desgarra en penas de bandoneón, y grita verdades a los cuatro vientos, aunque solo él pueda escucharlas ahora.

Saca boleto y se sienta. Cuarto asiento de los de a uno. De cuero, como los de antes (ahora son de plástico) Manija de metal curtido por la transpiración de infinitas manos de todos los tipos posibles. Respaldo de fórmica, esos que se podían escribir, esos que se podían leer, esos que tenían un bordecito de goma de color, esos que servían para poner el boleto hecho un rollito. Abre la ventana, que también está a tono con la decoración, y se abre generosamente, sin el tope de goma que la tecnología o las nuevas generaciones imponen. Se abre generosamente, y se puede apoyar el brazo en el borde, canchero. Y lo hace. El viento entra fuerte y fresco, y le enfría el brazo y la cara, y lo despeina impunemente.

Por la ventana pasan imágenes de barrio, y son una película que él tiene ganas de ver, y le pone música de arrabal, y Julio canta para él, para sus paisajes, para su película. Por la ventana entra ciudad, simplemente. Y cada segundo que pasa es historia que pasó, y ya fue, y él sabe que la perdió, que algo ya no va a volver, que no todas las imágenes que busque las va a encontrar. Querría ver gente en la calle tomando mate, querría ver chicos jugando, amigos debatiendo de fútbol (aunque no le guste), gente festejando algo, sin saber qué, un perro paseando al dueño, querría ver.

Se contenta con mirar lo que hay, y escucharlo a Julio, y siente un poco de frío, y piensa en el sweater, y decide que es mejor el frío, para ganarse la vida, para que no sea todo tan gratuito, para sentirse vivo. Para sufrir un poco, para qué si no?



4 opiniones:

Juan Solo | abril 25, 2005 9:40 a.m.

Y sí, un poco te odio. Cuánta impunidad.

Kaitos | marzo 30, 2007 3:33 p.m.

Si, claro, chupar frío para sufrir un poco... como si la vida no tuviera suficiente para sufrir.

Vení, tomémonos unos mates y después seguís tu viaje.

Saludos

Julita | abril 02, 2007 4:57 p.m.

Soy viajante cotidiana de colectivos y la descripción y el modo en que relataste cada acción me parecieron sencillamente perfectos.

Subjuntivo | abril 02, 2007 7:49 p.m.

Kaito, la vida sería hermosa sin nosotros; el sufrimiento es nuestro, no de ella.


Jlita, cosas mejores e han visto en la tele...


Gracias por pasar
(Cómo llegaron hasta aquí?)



S.