VI.

De no pedir.

Como dije, no era de pedir. Tenía muy incorporado el concepto de que en casa no había plata. Lo incorporé desde muy chico, porque el asunto resonaba siempre en casa.

Es habitual que los chicos pidan esto o aquello, pero yo no pedía. Lo sé más por lo que me cuentan que por lo que recuerdo, puesto que poca (si acaso alguna) memoria tengo de aquellos días. Cuentan entonces que me iban a buscar al jardín, y yo salía con mis amiguitos (o eso me querían hacer creer a mí que eran, porque hoy puedo darme cuenta de que no había manera alguna de que yo considerara a esas bestias empapadas de crueldad, que no hacían más que burlarse del cuatro ojos, como mis amigos) y mi novia (Betania se llamaba, era rubia y con dos colitas) y nos íbamos a la esquina, donde estaba el kiosco. Y todos pedían cosas. Y yo no. Entiendo que finalmente algo me compraban, pero yo no pedía, y me animaría a decir que casi me daba culpa aceptar algo.

Según dicen, fue así muchas veces, mucho tiempo, y más de una vez, caminando por la calle, mi vieja decía “Querés un alfajor?” “No, gracias” decía yo. Aunque no puedo creer que un chico no quiera un alfajor.

Había una situación que recuerdo se sucedía a menudo. Mi vieja me ofrecía algo, la leche digamos: “Querés tomar la leche?” “Bueno” decía yo. “Decime sí o no, no bueno, si querés o no querés, bueno parece que me hacés el favor de aceptar”. Todo parece tener que ver con todo, y ese perfil me acompañó por mucho tiempo (el uso del pretérito es un mero recurso literario).