III.

Hablé de libros y bares, cómo no hablar de radio?

Tengo algo especial con la radio.

Tal vez sea prudente, si vamos a hablar de radio, hablar de televisión. Probablemente mi generación haya crecido mucho más con la tele que con la radio. En mi caso es al revés, pero todo tiene (tiene que tener) un porqué.

En mi casa, creo hacerlo mencionado o deslizado, no había mucha plata. Desde que yo recuerdo, debo admitir, hubo tele. Aunque es cierto que mi memoria, en lo que a mi infancia se refiere, es por demás endeble. Teníamos una Philco de catorce pulgadas, blanco y negro. En esa época no existía el cable (o sí, para los más pudientes estaba VCC). Tenía una antena en V, y era difícil sintonizar los canales. Y el dos no se veía. Y fue ésa la única tele que tuvimos por mucho tiempo, digamos hasta mis catorce años.

En mi familia somos muchos, y una tele no alcanzaba. Tal vez eso, y mis ganas de no pelear, lo que hizo que descartara la tele como opción. No quiero decir que no mirara la tele, como cualquier chico lo hace, es sólo que no me interesaba mucho realmente. Estaban los libros, en reemplazo.

En algún momento la rutina de leer en el bar empezó a tener baches. Fue en el momento en que podía quedarme por las mañanas en mi casa, solo. Podía quedarme sólo porque no había nadie, y también porque mi edad lo permitía. Tenía diez años, y un radiograbador Aiwa. La cocina era grande, porque no había comedor, y daba a la calle. Yo me hacía el desayuno y ponía la radio en la mesa, y escuchaba mientras desayunaba (ahora que pienso es probable que el asunto de la radio empezara en la casa de mi abuela, desde mi nacimiento, escuchando tangos, pero eso merecería un apartado especial). En esa época había un programa en Rock and Pop con Lalo Mir y Bobby Flores, eso es lo que recuerdo. Y yo lo escuchaba todos los días. Era mi momento. Y tenía aquello mismo que tenía la radio: nadie podía saber lo que pasaba por tu cabeza mientras escuchabas al señor de la radio, lo mismo que nadie podía saber qué imágenes proyectabas mientras leías un libro.

Para ese momento mi viejo ya dormía arriba (en una especie de entrepiso), y mi vieja abajo. Mi viejo tenía en su sucucho un equipo más lindo, pero no me estaba permitido. Pasaron algunos años, dos calculo, y finalmente dejamos esa casa. Mi viejo se quedó.

El nuevo departamento tenía dos ambientes, y cinco habitantes. Cuatro de ellos dormían en la misma habitación. Había una cama marinera, una cama simple, y otra debajo de ésta. Yo dormía en la cama de arriba de la marinera, tenía trece años, tres hermanos, y muy poca paciencia. Y me gustaba la radio. El portero del edificio, devenido luego en amigo de la casa, sobornome entonces con un pequeño radiograbador Daewoo (el Aiwa había quedado atrás). Era la época de Hora 25, uno de los programas que con más afecto recuerdo de toda mi historia de radio junto con la Heavy RP, que venía después, y yo mataba por escucharlo. Pero claro, cómo escuchar la radio a las doce de la noche, mientras tres engendros intentaban dormir a escasos centímetros. Entonces yo encajaba el Daewoo en el huequito que quedaba entre la cama y la ventana, pegaba la oreja al parlante, y ponía el volumen lo más bajo posible. Y escuchaba la radio.

Así fue por mucho tiempo, hasta que me fui de casa. Me fui un verano a lo de mi abuela (mi abuela merece un blog aparte) so pretexto de visitarla por las vacaciones, y nunca volví. Nunca volví.

En la casa de mi abuela, que era también un dos ambientes, tenía mi habitación (no desde el principio, pero sí después de un tiempo), habitación que ella generosamente me cedió. Tenía catorce y no trabajaba aún. Entonces me quedaba a la noche leyendo y escuchando la radio y escribiendo y fumando y pensando y quiensabequemás, y escuchaba la radio hasta el final de la Heavy RP, que era a las cinco o seis de la mañana. Entonces me iba a dormir. Me levantaba al mediodía, y me iba al colegio. Y así por mucho tiempo, hasta que empecé a trabajar.

La radio siguió ahí siempre, todo el tiempo. Y así fue que me recibí de Operador de Radio en el ISER. (no, no es el que habla, es el que toca las perillitas...)



3 opiniones:

gerund | junio 18, 2007 5:06 a.m.

finalmente me hizo caso... o al menos empezo... ya se lo dije: quiero máshistorias de radio. y de su abuela--- porque, al fin y al cabo, su abuela merece mucho, ¿no?

Subjuntivo | junio 20, 2007 9:05 p.m.

Mucho, sí.



S.

Fender | agosto 27, 2007 10:09 a.m.

Bueno, interesante. Quizá el que más disfruté de leer.

Yo tengo la misma conexión con la radio y los bares (y con el cine, debo decir).
En la familia hubo de esos emprendimientos, así que debí aprender el oficio de operador (que luego puse al servicio de otros patrones), el de mozo/cocinero/adicionista (y el de proyectista/panchero/acomodador).
Recuerdo todos esos programas de la R&P de los que hablás, sobre todo la HR&P, con esas madrugadas eternas con el Gordo y el Narigón y esos improbables personajes de la primavera menemista como Sebastian Bach o Ian Anderson.