Crónica de una fiesta privada

Llegué temprano. La invitación decía a las 21.00 hs, y a esa hora llegué, minutos más, minutos menos. Dos horas antes me había bañado y perfumado, ritual ineludible si de evento se trata. Hacía media hora había tocado el timbre de la casa de mi amigo, que venía conmigo. De ahí un taxi, buscar a otra persona, y eso es todo: de ahí derecho a la fiesta. Bastante simple, realmente.
—Hola, buenas noches.
—Buenas noches; se tiene que poner la pulsera señor.
—Sí, como no.
La chica tiene cara de recepcionista. De recepcionera, digamos. Pone una sonrisa y es amable, y yo me pregunto, no puedo evitarlo, cómo será la vida que se esconde detrás de esa sonrisa comprada. Pasa el lector por el código de barras, y ya está, entré. Escasas cincuenta personas hay en el lugar, un lugar para no menos de mil. Mesas, butacas y sillones, y mucho mucho espacio. N, C y yo, dando vueltas sin sentido. Empiezan a pasar los mozos (estaban pasando desde antes seguramente, pero para mí empiezan a existir ahora). Por un involuntario error (hermosa redundancia) tengo en la mano lo que, lejos de ser un refresco cola, es vino. Perfecto, se acepta sin más miramientos.
—Esperen, voy a ver si puedo dejar el bolso en el guardarropas.
Me acerco al lugar, alumbrado y desierto. Saludo y ofrezco el bolso; consigo a cambio un papelito. Lo guardo en el bolsillo sin más y me voy por donde vine, de vuelta con C. y N.
—Vení, a ver qué hay acá…
Son chicas vestidas de cualquier manera. Insisten en que me haga no sé qué cosa en el pelo. Peinado, color, no sé, lo qué sea, están ahí para hacer algo. Me niego gentilmente, pero logro convencerlo a C. de que obre de conejito de indias. Ahí va C., y vuelve (a ningún lado porque estábamos los tres ahí) con el pelo blanco y una hermosa colita decorativa. “Un piercing?”ofrece otra señorita. Dale C., no seas tímido; y ahí lo tenemos a C., con un piercing de mentira en la nariz y otro en la ceja. Mozas y mozos siguen desfilando, comida y bebida.
—Y allá qué hay? Vamos a ver…
Allá hay más chicas, pero estas no peinan, tatúan. De mentira, claro (con como un anticipo de lo que vendrá). Dale C., un tatoo. Bueno, ok, yo también, dale, pero en la cara no. Ok, sea entonces: un tribal en el brazo para mí, un arabesco en el cuello para él, un adorno en el brazo para N. y comida y bebida.
Empieza a llegar la gente y el murmullo aumenta. Siguen desfilando comida y bebida, así, despreocupadamente. Y entonces me acuerdo:
—Esperen, voy a buscar la cámara, la tengo en el bolso.
Vuelvo por donde fuera y viniera. Llego al lugar desierto y alumbrado, y busco en el bolsillo.
—No, dejá, ya sé, tenés el uno.
—Ah, bueno! Espero que te acuerdes que soy el uno cuando vuelva a las cinco de la mañana, borracho, y no pueda encontrar el papelito.
—Dale, venite nomás, no hay problema.
Vuelvo por donde fuera y volviera. Foto de aquí y foto de allá, y comida y bebida y comida y… Y unos señores en roller con anteojos y sombreros y paraguas. Y ahora ya somos cuatro, porque llegó P. sigue la música de fondo, y el murmullo, y las chicas pintando el pelo, y las otras con los aros y las otras con los tatoos, y las mozas y los mozos y la comida y la bebida y la música de fondo y la gente y las luces y el personal de seguridad y yo tengo un tribal en el brazo.
—Señores…?
—Qué son?
—Chipá relleno.
—Sí, dale. Te saco dos, puede ser?
—Sí, los que quieras, porque esto me pesa un montón.
—Dale. Cómo te llamás?
—Roxana.
—Muchas gracias, Roxana.
Se va entonces Roxana, a seguir repartiendo chipá relleno, y yo me quedo pensando que pobre Roxana, que cuántas veces esa noche dirá “Chipá relleno”, y cuántas veces dirá su nombre. Muy pocas seguramente, con lo primero basta. Y pienso en la fiesta de hace un año, en la que me puse a hablar con la camarera, de aburrido que estaba, y me contó que había llegado a las dos de la tarde, para prepara todo, y que se iba después de que se fuera el último invitado, y que era un extra que hacía, porque ella en la semana tenía otro trabajo, y además estudiaba Medicina, y quería ser Pediatra, y que por esa noche (?) de trabajo le pagaban cincuenta pesos. Pobre chica. Y pobre Roxana.
Antes de que cuente diez están con nosotros los señores de los sombreros y los paraguas, y nos invitan a jugar a juegos zonzos de embocar la pelota, y tienen baleros y jugamos al balero, y sacan cartas y jugamos al blackjack. Y alrededor nuestro, debo decirlo, desfilan chicas vestidas de casamiento o ceremonia única. Y para ellas lo es, y yo lo sé, porque es la fiesta privada de la multinacional B., y sucede hor lo que hace muchos aos no sucedía: está invitada toda la gente de sucursales. Toda la gente de todas lass sucursales. Son como cincuenta, todo a lo largo del bendito país. B. decidió pagarles viajes en avión y hospedajes en hoteles para que vengan a la fiesta; tienen mucho interés en que venga: la multinacional B. se vende, y dejará de ser B. para ser Sb. Y todas estas chicas y señoras (y señores, por qué no) están en una ocasión muy especial. No como Roxana y sus pares, que no notan ninguna diferencia y hacen lo mismo de siempre.
Se abren entonces las puertas del gran salón, y la gente corre ansiosa, como si el paraíso mismo estuviera allí. Entonces tengo oportunidad de cruzar dos palabras del señor de paraguas.
—Hacés esto seguido?
—Sí. Pero no es el único trabajo que tengo, en la semana hago otra cosa.
—Y está bueno? O es un embole?
—No, a nosotros nos gusta. Todos los que hacemos esto lo hacemos porque queremos, estudiamos teatro o clown o circo, y está re-bueno.
—Ah, buenísimo, me alegro. Que tengas suerte entonces. Chau loco.
Voy yo también hacia el paraíso. Sin embargo no lo encuentro, aunque sí veo caras de gente que parece haberlo encontrado. Más música y bebidas y comida y mozos y… En eso se ilumina el escenario, y emerge una figura. El señor articula las primeras palabras mientras todos nos preguntamos quién es. Horacio Cabak es, señores. Un grupo de chicas grita como si hubieran visto al mesías, sin embargo insisto que es Horacio Cabak. Horacio nos informa entonces que, como es de rigor, está muy contento de estar donde está, y que esto y aquello y lo de más allá, y que el señor Director General de la Nosequémierda nos va a decir unas palabras. Que está muy contento, y que la empresa esto y aquello, y que todo gracias a nuestro esfuerzo (gracias, ya lo sabía) y que en el futuro el oro y el moro, y que esta es la Familia B. y que el año que llega blablabla y que esta es nuestra noche. Nuestra noche. La gente aplaude y viva y bravea. Y que el sio de la corporación vino desde Sudáfrica y que nos va a decir unas palabras, y que blablabla. Y aparece el señor de Sudáfrica, que habla en inglés. Lee en inglés, porque abajo del micrófono, más bajo de la visión de la cámara que distribuye imágenes a cuatro pantallas, el señor tiene un papel, en donde han sido impresas las palabras que el señor sio debe decirnos. La gente aplaude ensimismada y cuasi-poseída. A su derecha, un señor con marcado acento ibérico traduce. O mejor dicho lee, porque la traducción tal vez la hizo otro, y la imprimió en un papel idéntico al que tiene el señor sio, y entonces, en turnos, entre los dos se encargan de contarnos que la corporación esto y aquello, y que el señor está en su cuarta visita a nuestro país, y que somos una gente muy cálida, y que blablabla, y que Merry Christmaas, y que “desfruren la fi-esta”. Hay un vitoreo generalizado.
Y aparece Cabak de nuevo, y va a sortear no sé cuántos viajes a Sudáfrica, para que algún afortunado pueda viajar a conocerle la cara al amo. Un viaje, y otro, y otro, y después otro, y así, y al final llega el auto. Y yo todo el tiempo pienso que qué embole, si igual no me voy a ganar nada, pero en lo más profundo de mi ser, supongo, abriga esperanzas. En vano, porque no me gano nada.
Y se abren las mesas de comida, dice Cabak, y él volverá en un rato, pero nosotros tenemos esta tarea por él encomendada (a pedido de la gente de Sb.): pasarla bien. Yo creo que la gente de seguridad y las chicas que pintan el pelo y las mozas y mozos y las que tatúan y esa gente no están incluidos en la misión. La gente aplaude y grita. Suena entonces la música bien fuerte, como para que no podamos escuchar nuestros propios pensamientos, y todos van contentos a bailar.
Pan y circo, eso es lo que quieren. Y vino, por supuesto, porque hay bebida libre toda la noche, y entonces ya está, arañan la felicidad. Un año de pseudos-esclavitud compensada con un piercing un aro y un tatoo, y la cara de Cabak para las chicas. Eso, y los mozos, que están para servirte a vos. Entonces vos, que fuiste quien sirvió a un anónimo durante doce meses, tenés hoy tu posibilidad de redimirte, y tratar con indiferencia y cuasi-desprecio a la gente que, según dicen, está para servirte. Tal cual vos le serviste a quiensabequién por tanto tiempo. No es tan grave que e maltraten, si hay alguien abajo tuyo a quién puedas trasladarle el maltrato. Y sin embargo esos pibes que reparten comida y bebidas y retiran vasos vacíos son tus pares, aunque vos no puedas verlo.
Y entonces ya todos pasaron por las mesas de comida (Francesa, Italiana y Mejicana, helas ahí las opciones) y llenaron su plato y se fueron, y ni miraron a los ojos al señor o señorita cuando le pedían que pongan más o menos de tal o cuál cosa. Y esos señores y señoritas llenaron mil platos, como siempre lo hacen, vez tras vez. Y yo me pregunto si ellos podrán poner en sus platos ese tipo de comida, con los cincuenta pesos que les pagan por esa noche, o si estudiarán Medicina o Derecho o alguna cosa.
El Dj murió, asfixiado por su propia música (“hang the Dj, because the music that he constantly plays says about nothing to me about my life”) y en su lugar tenemos ahora un grupo de seis o siete individuos que hacen una coreografía con instrumentos sobre un pista grabada con temas disco super clásicos. El de la guitarra desconectada usa un afro, el señor que canta es bien fashion, y las dos chicas están en ropa interior de cuero sobre una tarima, batiendo las nalgas y los pechos. La multitud enloquece. Y ellos al final de la noche habrán embolsado una cuantiosa suma de dinero, producto de haber vendido sus –más grandes o más pequeñas, mejores o peores- dotes artísticas a la industria del entretenimiento.
Más bebida y comida y todo eso, porque eso es una fiesta. Tal vez eso es una fiesta, cuando no hay nada que festejar, y hay que mantener esto bien en secreto, no sea cosa que algún rebelde un tanto avispado y sedicioso haga correr la voz, y tenga, para mal de males, la mala fortuna de ser escuchado. Eventualmente –aunque poco probablemente- la gente podría pensarlo dos veces, y eso sería terrible. Pan y circo, y vino.
Los señores se van, y el DJ, recuperado ya, vuelve a tomar la posta. Y a mí ya me duelen los oídos y los codos, y ya no sé ni qué hago ahí. Y me l pregunto. Y me respondo que en algún lado aún abrigo esperanzas de irme en auto. Se abre la mesa de postres, y la gente se amontona, cuál jauría famélica, para conseguir su ración de helado de dos gustos.
Vuelve Cabak: más sorteos. Me siento en las gradas del fondo, porque a mi edad ya o se puede estar tantas horas parado, y contemplo el pasar de nombres desconocidos uno tras otro, hasta que los premios se acaban, y me doy cuenta que no me gane ni un viaje ni una tarjeta ni ninguno de los dos autos. Y así como ya no hay premios, ya no hay más Cabak, y por donde entro, sale, y vuelve a entrar el DJ. Yo repito el postre. Mientras tanto, sombras silenciosas operan en el escenario, armando un set y ultimando detalles, mientras todos bailan y disfrutan, ajenos a nada que no sean ellos mismos. El plomo, mientras tanto, piensa que las fiestas privadas son re-caretas, y que vale mas armar y desarmar rápido, así nos podemos ir temprano porque estoy hecho mierda, y tengo una hora de viaje hasta casa. Y mientras los instrumentos se ubican donde van, se prueban los micrófonos y los cables, y vuelan furtivamente señales en clave con una o más linternas, la gente baila y alza los brazos.
Cuando estoy en la mitad de la segunda bocha de dulce de leche, escucho la voz de Cabak nuevamente. Dice que “ñaña lkja ñalklañ ñoñka ñaña… Vicentico!” Afortunadamente yo tenía ese dato, por lo que evité dejar caer el helado y la mandíbula.
Aparece entonces Vicentino en el escenario. El primer tema lo tocó tres veces, y el segundo cuatro. O eso me pareció a mí. Y para ese entonces yo ya había saludado a C. y a P., y había dejado saludos para B. y N., y transitaba el camino hacia esa zona desierta e iluminada. No hizo falta que sacara el papelito:
—Ah, acá está el primero! Ya te vas?
Sí, me iba ya. El intercambio fue breve, aunque agradable. Fue muy raro, sin embargo, porque no hablé con personas, sino con caras, con gente, con entidades, con humanidades, con roles, trabajos, uniformes. Eran, después de todo, la ente del guardarropas, y la persona que estaba detrás de eso no estaba disponible en ese momento. Me crucé el bolso a la derecha, y salí.
Pedí un taxi y esperé. Y esperé mucho, supongo, porque en el medio de mi esera se me unió N., que cansada de Vicentino, y frustrada por no haber ganado ni siquiera un placebo, se iba. “estoy esperando un taxi, si querés te acerco.” Sugerí. Aceptó, y ahí nos quedamos, parados, hablando de la vida. De la vida de Vicentino, que, sin necesitarlo, vino a tocar con mala onda a una fiesta privada. Imaginando que, de no ser porque le atrae mucho el dinero, podría haberse negado y haberse quedado con su hijo, al cuál le dedicara aquello de “Vos sabés”.
Y el taxi tardó, supongo, más de la cuenta, porque a la espera se unieron P. y B. “Cómo se van?” pregunté, pero antes de que pudiera blandir mi “estoy con un taxi, siquerés…” P. me espetó: “estoy con el auto”. Excelente entonces, bien por vos. Segundos nos tomó empezar a chicanear sobre alguien, y segundos más pasaron hasta que sonó mi celular. Era la gente del taxi, aquél con el que fantaseaba acercar a quien lo necesitara. Que estaban demorados, me informaban, y que si podía esperar, me preguntaba. Que me diera un segundo, le pedía, y mientras bajaba el teléfono, gritaba suavemente:
—“P., pará, para dónde vas vos?”
—Para… Martinez… por Alcorta voy.
—Ah, no… porque me llaman del taxi que no saben cuánto hay de demora, y si vos ibas para nuestro lado…
—…
—Deja, no importa, vamos caminando y afuera nos tomamos uno en la calle, sugirió N.
—No… tomar cualquiera de la calle no te conviene, deslizó P.
Volví al celular, y le expliqué a la señorita que el pedido seguía en pie, el plan b no había funcionado. Cuando corté me dí vuelta, quién sabe para qué, y choqué mi mirada con la espalda de P. que, a veinte metros de mí, caminaba junto a B. volví a la espera con N., entonces. A los cinco minutos llegó mi taxi, nuestro taxi ya para entonces, y nos fuimos. Después de eso, una breve espera, un colectivo, veinte minutos de viaje, y hogar dulce hogar.
Antes de empezar a escribir esto abrí la enésima cerveza de la noche. Sólo que esta la pagué yo. Cuando termine de escribir esto voy a sacarme la pulsera, y dar por terminada esta fiesta.

4 opiniones:

Anónimo | diciembre 14, 2006 1:53 p.m.

usted sigue escribiendo tan bonito como siempre

Romau | diciembre 19, 2006 2:25 p.m.

Qué loco que las fiestas de 2 multinacionales tan distintas, se parezcan tanto... Me suele pasar que de entrada estoy a full y después en un momento dado, ninguno en particular, sólo en un momento, mira a mi alrededor, veo todo ese caretaje, digo esto no es para mi, tomo un par de vasos de agua, tal vez termine la copa de vino y me voy.

Abrazo.-

PS: Bien x no se Beta-tester ad-honorem de Google!!!

Subjuntivo | diciembre 19, 2006 2:41 p.m.

Y ustet, mi querida Gerund, sigue exagernado como siempre.

A ustet le digo, mi estimado Romau, que podría escribirse un tratado infinito de Sociología basado en estas fiestas y sus concurrentes, así como sus organizadores. Aunque dudo que nadie quisiera leerlo. Al menos mientras Coelho siga publicando.

Otro tratado de similares características podría escribirse sobre los efectos que produce en una persona (o algo parecido) la posesión de un automobil. Sobre todo si el individuo es de sexo masculino. (Algo por el estilo, pero con resultados marcadamente distintos sucede con el paraguas, aunque en este caso es más evidente en el sexo femenino)


Suyo de ustedes,
S.


Que no se pasa a Beta, pero a Google lo banca a muerte.

Anónimo | diciembre 19, 2006 4:59 p.m.

soco... qué pasó??? automóvil!!!!

y yo no exagero: yo tengo toda la razón, como siempre, usted escribe bonito, más allá de sus lapsus

besit